Rincón Cofrade | Pregón 2004 Parte III

lunes, 23 de febrero de 2009

Hoy continuamos con la parte del Domingo de Ramos y Jueves Santo:

"Al día siguiente, la multitud que había ido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, salió a su encuentro con ramos y palmas gritando: ¡Dios nos salve! ¡Bendito sea el Rey de Israel! Jesús encontró un borriquillo y montó en él. Jesús entraba triunfal en Jerusalén, días antes de su muerte. Una gran multitud le rodeó, y con ramos de olivos y ramas de palmeras, lo acompañó en su entrada en la ciudad, entre cantos y aclamaciones. Muchos lo reconocían con fe y esperanza. ¡Hosanna! El Rey de los pobres, descalzo, montado en un borriquillo y rodeado de niños. ¿Se puede ser más humilde?

Era Domingo de Ramos, y tú y yo nos dispusimos a compartir lo que serí una Semana Santa diferente. Mirando a nuestro alrededor descubrí el significado que todo aquel gentío promulgada. Los niños, vestidos de la época, desfilaban con ramas de olivos abanicando el viento. Y tú me preguntaste por qué ramas de olivos en vez de palmas, como es habitual en otros lugares (tengo que decir que Marcos es de Sevilla). Yo te respondí con la mirada clavada en el monte: "Es nuestro símbolo, nuestro pan de cada día". En esa mirada, me pregunté: ¿seremos como las hojas de olivo, que se doblan según les da el viento, que nos dejamos llevar, que olvidamos pronto nuestros compromisos? A Jesús le aclamaban los sencillos. Entró en un borriquillo y le trataron como a un rey a pesar de presentarse humilde. Hicimos el recorrido procesional y entramos en la Iglesia, en esta bendita Iglesia de Santa María. Estaba a rebosar. En el ambiente ya se respiraba ese olor a incienso que nos inundaría durante esa larga semana que nos esperaba.

El Jueves Santo conmemoramos la última Cena del Señor, sus últimos momentos, sus últimas horas. Es la expresión de la entrega más grande del amor más grande. En ella se produjo la consagración de su cuerpo y de su sangre, consagración que recordamos en todas las Eucaristías, simbolizada en el pan y en el vino necesarios para nuestra vida así como el lavatorio de los pies como signo de una vida que se enrega al servicio de todos. Y es que como Él mismo dijo: "No he venido para que me sirvan, sino para servir".

Me levanté y me costó asimilar lo que iba a suceder en unas horas. Estuvimos toda la mañana leyendo, repasando, escuchando, viendo y disfrutando lo que se nos avecinaba. Era Jueves Santo y después d ela Santa Misa, fuimos a visitar al Santísimo Cristo del Silencio y a María Santísima de la Amargura. Tú te quedaste con la mirada clavada en la Virgen, observando esa cara de infinito dolor ante el sufrimiento de su Hijo. Cuando al fin llegó la hora, esa hora soñada por ambos, yo no podía más. Estaba temblando, nervioso, deseando escuchar esa primera levantá.

¡Arriba! ¡Con fuerza! Convertíos en el Cirineo que ayude a nuestro Señor a caminar. Abrid vuestras almas, que la gota de sangre del que arriba lleváis, se mezcle con la vuestra y os fundáis en un perfecto matrimonio de lo divino y huano. Que sus pies, que descansan en vuestros hombros, sean los que verdaderamente anden, que el áspero calvario se convierta en una limpia senda de esta bendita tierra. ¡Al Cielo con Él! Cuando el murmullo se apaga, el capataz empieza con su tarea: "Vamos a lucirnos! ¡Como lo hemos ensayado! ¡Ha llegado el día! ¡Todos por igual valientes! Ese momento tan esperado, sucede mientras yo me embeleso mirando al llamador. Un toque de corneta impulsa el aplauso de los allí asistentes y el paso de la Sentencia de Pilatos, esa sentencia del inocente procesado, esa injusta sentencia que a todos nos libró del mal, echa a andar. El gentío que sabe de la juventud de esos costaleros los anima susurrándoles: "despacito costalero, despacito...". Jamás cambiaría ese momento por nada del mundo. Y piensas: "ahora empieza lo bueno". Pero ya estás echando de menos ese toque de llamador en el que el silencio se convierte en protagonista.

Jesús toma la cruz y se abraza a ella. La abraza, y el abrazo le va a briendo heridas en sus hombros llagados. ¡Qué duro se hace caminar con el paso lento por la vída dolorosa de la cruz! Llevaron a Jesús al lugar llamado Gólgota o Calvario para crucificarlo. Él mismo cargaba con la cruz". Al cabo de unos minutos se produce una agitación general: las pocas colilas que brillan al consumirse caen al suelo. Reina la expectación y el silencio. Se ve a los costaleros entrar debajo del paso. ¡Cuánto daría yo por vivir esos momenos previos junto a ellos! A pesar de mi esfuerzo no consigo descifrar las consignas del capataz a su cuadrilla. Sólo alcanzo a escuchar los tres toques previos de llamador.

Veo entonces a la Banda de Música que se prepara, el paso se levanta, miles de flashes iluminan su cara como si de rayos se tratase y suena el Himno Nacional. Es apoteósico. Te miro y comprendo que no es la ocasión de hacerte ningún comentario, pues cuando te hablé de este momento, no pensaste que fuera así de emocionante y es que, como dice nuestro poeta: "y...estas cosas, padre, no son pa contao, no son pa explicalas, tié osté qu´ir otro año pa velas, tié osté qu´ir con mi madre y mi hermana, pa enterase de toas las cosinas que pasan pol pueblo por Semana Santa"

Una vez que el Nazareno ha echado a andar, todos observamos como la cuadrilla de costaleros lo mima, lo dancea, lo lleva en volandas en su camino hacia el Calvario. Detrás de Él va una larga fila de nazarenos con la cruz a cuestas...: "Le seguía una gran multiud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos". Son las promesas o penitentes, esas ante las que todos los presentes quedan atónitos al verlas descalzas.

¡Oh Padre Jesús del Silencio! Que por amor a los hombres cargastéis con la cruz, para ofreceros en ella sobre el Calvario, como víctima al Eterno Padre. Esa Cruz, Señor, que os abruma, es nuestra, nosotros la fabricamos con nuestros pecados; esos hilos de sangre que corren por vuestra frente, las han hecho brotar las espinas de nuestras ingratitudes. El Nazareno y su madre ya están en la calle y nosotros nos disponemos a encontrar un hueco en la Calle Nueva. Es uno de los momentos cumbre de la Semana Santa.

Ahora todo es Silencio. Dentro de la Iglesia de San Gregorio, Jesús está acompañado. El Santísimo Monumento, en una recogida capilla, es adorado. Los guareñenses no lo abandonamos en la noche de la traición. No le dejamos sólo. En el sufrimiento, acompañamos con oración a Jesús en su tormento y relfexionamos. La agonía de Jesús permanece hoy en nuestros hermanos enfermos, sólos, marginados, explotados, perseguidos, despreciados...El Nazareno camina ya hacia su Calvario con su madre detrás y el Silencio es el único que merece apenas mirarle; el Silencio...Santísimo Cristo del Silencio...Procesión del Silencio...Es la expresión del corazón sobrecogido de respeto y contemplación".

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