Rincón Cofrade | Pregón 2004 Parte IV

martes, 24 de febrero de 2009

Continuamos con la cuarta parte, el desenlace del Jueves Santo:

"Nos situamos en la parte más alta de la calle Nueva porque la estampa de los tres pasos de la hermandad caminando entre cirios encendidos es realmente extraordinaria. Cuando vemos aparecer la cruz de guía empezamos a ponernos nerviosos mientras los chavales vienen gritando: ¡Qué viene! ¡Qué viene! Ya se ve venir al paso de misterio de la Hermandad, colosal, con ese andar joven pero majestuoso a la vez. Camina al frente mientras ya alcanzamos ver al Nazareno allá a lo lejos.

En el transcurrir de la procesión por esa calle, un foco ilumina la cara de una persona. Me miras y me preguntas: ¿no me has contado todo verdad? Yo sonrío, era cierto. No le dije lo que allí sucedía cuando el canto se hace oración, cuando se recitan esos versos a capela que algunos llaman saeta. Quería que sintiera algo único, algo que yo también sentí cuando lo ví por primera vez.

El silencio es total y de pronto el tono de las bandas que acompañan al cortejo procesional se hace más suave. Se oye una voz, te miro y percibo en tí la misma ilusión que experimenté mi primera vez. Esa ilusión que en Semana Santa se convierte en devoción. Todos los allí presentes se quedan asombrados ante la saeta y un aluvión de aplausos interrumpe aquella eterna escena. "Y ahora viene lo bueno" te digo al oído. Tú ni me miras pero contestas: "¿Pero todavía hay más?" Ese Nazareno colosal y de majestuoso andar, se gira y queda completamente atravesado en la calle. Es imposible alcanzar la voz del capataz pero al sonido del martillo, ocurre. De repente el paso se inclina ante la saetera, los costaleros de delante de cuclillas, y los de detrás de puntillas. No puedo. Tengo que apartarme.

Llegamos a la plaza, mientras la comitiva prosigue con su penitencia hacia la Iglesia de Santa María, y aguardamos el paso de la Hermandad, subidos en una farola, como ya es costumbre aquí. Allí comentamos lo que llevamos vivido esa noche de todo esto que llevamos tan dentro, mientras nos siguen temblando las piernas. Y tú que querías quedarte en tu Sevilla natal...

Al poco de llegar aparece la cruz de gúia y es como si lo llevara consigo, ¡qué silencio! En cuanto se ve al cortejo procesional, todas las voces, rumores e incluso los susurros son acallados por el sabio gentío. Allí también se cantan saetas y se recitan poesías pero debido a la estrechez, no se ven maniobras tan impresionantes como las presenciadas hace escasos momentos.

El paso de la procesión por la plaza es realmente bello e indescriptible. Allí, los costaleros, capataces, músicos y saeteros ponen todo su empeño. Ya se ve al Nazareno hacer una revirá y todo el gentío que se ha congregado allí, empieza a ponerse nervioso. Llega justo enfrente del ayuntamiento, el arte de la literatura cofrade se hace presente, realiza una levantá y la Banda Música interpreta esa inigualable marcha de nombre Saeta. 

El aplauso rompe el silencio que vivimos y en ese momento te miro y veo tus manos rojas de aplaudir, tus ojos llorosos, tu voz ronca de dar ánimos a los costaleros... La Hermandad se aleja ya hacia su templo y todos quedamos impresionados ante lo allí vivido. Salimos corriendo hacia la Iglesia de San Gregorio para ver la entrada y llegamos junto con la cruz de guía. Vemos la cara de todos los hermanos cofrades que han acompañado a sus titulares en su largo y sufrido caminar.

El Nazareno espera a su Madre bendita y llegan juntos. Después de cinco largas horas d penitencia es increíble la fuerza y la entrega de los hermanos costaleros de las que allí hacen gala. Los capataces llaman a sus costaleros y les dan el último aliento, ese último empujón que les hace falta. Se colocan en la puerta de la Iglesia los tres pasos de la Hermandad. El trío de capataces golpean al unísono el martillo y se produce el milagro. Las mil personas que allí se congregan se convierten en almas costaleras y los levantan hasta más allá del cielo, donde la vista humana no alcanza a ver. ¡Qué bella estampa!"

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